Santa Teresa de Jesús experimentaba gran alegría cuando veía una
Iglesia más donde estuviera el Santísimo Sacramento. Un árbol necesita
de la sabia interior que le de vida, por lo mismo la Iglesia cuenta con
comunidades contemplativas dedicadas exclusivamente a la oración.
Me
pregunto si efectivamente el mundo conoce la vida contemplativa; si en
realidad, el mundo de hoy tiene conciencia de lo que significa, dentro
de la Iglesia, la vida contemplativa...
Pero
sería muy lamentable que quienes deben vivir, y viven, efectivamente,
la vida contemplativa no la hayan penetrado hasta el fondo y no hayan
calado profundamente su esencia y naturaleza más íntima. Porque una
contemplativa vive con plenitud su vida a la luz de Dios, en la medida
que tiene un conocimiento pleno de la esencia y de la naturaleza de la
vida que ella prometió vivir a Dios y a la Iglesia.
Entendemos
fácilmente qué cosa es la vida apostólica, y a todos nos interesa, pues
sus efectos eficientísimos los palpamos de inmediato: están allí, a la
vista.
Pero qué difícil es
comprender la eficacia y la eficiencia de la vida contemplativa. Sus
características la hacen, en cierta forma, una vida incomprendida, tan
incomprendida, que muchos pensaron y soñaron que el Concilio había de
ser la tumba de la vida contemplativa en la Iglesia.
Dato
curioso, precisamente el Concilio se ocupó, en el Decreto Perfectae
Caritatis, de la necesidad y grandeza de la vida contemplativa; y nos ha
dejado un texto de lo más precioso, acabadísimo, muy completo, en sus
líneas esenciales, y que canoniza definitivamente en la Iglesia de Dios,
la necesidad y el valor de la vida contemplativa.
Indudablemente
que las características de la vida contemplativa la hacen menos
comprendida por la generalidad de las personas. La vida contemplativa
tiende más a la oración que a la acción apostólica externa; busca más el
ocultamiento que la exhibición. La vida contemplativa se entretiene en
el trato con Dios, más que en la conversación con los hombres; se
entrega con todas las veras de su ser a la penitencia y a la
mortificación, más que a la técnica y al trabajo exterior. Es
sencillamente, una Manifestación doble de dos matices de la vida de
Jesús: LA ORACIÓN Y EL SACRIFICIO.
No
todos podemos hacer todo en la Iglesia. La justificación de la vida
contemplativa se encuentra en aquel texto maravilloso de San Pablo (Rm.
12,4), en el que nos habla de las distintas vocaciones que hay en el
Cuerpo Místico de la Iglesia. Una de estas vocaciones es la que imita,
de la vida de Jesús, la oración y el sacrificio.
Oración
y sacrificio que, por otra parte, fueron la tónica y la impronta
definitivas de la vida de Cristo, que vivió treinta años de vida
contemplativa, para sólo tres de vida apostólica; y aún durante su vida
apostólica dedicó grandes momentos a la contemplación: cuando huía de
las gentes y se ocultaba en el silencio de los bosques; cuando se perdía
mar adentro; cuando escabullía milagrosamente su persona a los hombres,
para ponerse en contacto con el Padre. La oración y el sacrificio de
que Jesús dio nota no sólo durante su existencia mortal, sino, lo que es
más, en los momentos supremos de su vida: allí cuando ofreciendo
definitivamente su vida al Padre, le dio a conocer que había cumplido
todos sus deseos y expiró, dio su vida por nosotros... allí se realizó
-como dice San Juan de la Cruz- y no en la hora de su predicación ni en
la curación de los enfermos, ni en la multiplicación de los peces y de
los panes, la suprema redención del hombre.
Es
la oración de Jesús, es el sacrificio de Cristo los que realizan
definitiva y complementariamente, la redención, la salvación y las
gracias de santificación para el hombre.
Por
otra parte, la vida contemplativa se justifica, porque Dios tiene
derecho a elegirse almas para su exclusivo servicio; porque hay almas
que buscan a Dios en forma absoluta y completa; porque hay almas para
quienes serían insuficientes el reducido círculo de una acción
apostólica, un número pequeño de almas, una sola especie de apostolado,
sino que querrían la amplitud cósmica del mundo como geografía de su
apostolado, el número total de los hombres y todas las especies posibles
de apostolado. Buscan, sencillamente, cuando son sinceras y conscientes
de su vocación, al Absoluto, de manera absoluta y para una acción
absoluta, universal y cósmica. Así entiendo yo la vida contemplativa: La
vida contemplativa la constituye la búsqueda del Absoluto, en forma la
más absoluta y para una acción apostólica absoluta, la más absoluta y
totalitaria. Por eso sus grandes objetivos son glorificar a Dios siempre
y en cada momento, la obligación de ser santas en el más alto grado que
puede concebirse en la tierra.... no tiene pretexto alguno para no
serlo así. Salvar el mayor número de almas: no unas cuantas almas... ni
aquí y allá, sino todas las almas en todo el espacio y el tiempo, para
que así no quede una sola alma sobre la cual su acción de oración y
sacrificio no llegue permanentemente.
Los
contemplativos son, al mismo tiempo, testigos del misterio de Dios en
un mundo materializado, en un mundo que sabe apreciar los valores de la
materia y desprecia y subestima los valores del espíritu.
El
contemplativo se levanta para decir al mundo que hay otros valores que
valen más; el alma contemplativa se pone frente al mundo, para ser
testigo de Dios que vive en el interior de su alma en cada uno de los
días de su vida; la contemplativa está en el mundo para dar testimonio
de la posibilidad de la vida en unión suprema con Dios.
Los
medios de que se vale la contemplativa para lograr esta unión son
claros: Fe profunda en Dios y en el misterio revelado; ilimitada
confianza en la bondad del Señor y en los beneficios que derrama
abundantemente, sobre las almas que se le confían; y amor inmenso en el
más alto grado, en la llama de amor más viva y, por tanto, una vida
profunda de continua oración. Y en la medida en que la contemplativa
realiza este ideal, realiza su plan contemplativo; y en la medida en que
no está a la altura de este ideal de oración y contemplación, falla en
su finalidad y en sus objetivos.
Una
vida de intenso sacrificio y de profundo amor a la cruz. Y, ¿esto para
qué? Para poder realizar aquel aforismo de San Juan de la Cruz: “Amar a
Dios es despojarse, por Dios, de todo lo que no es Dios”.
Para
que sea cierto aquello que decía una gran contemplativa:”estar a solas
con El sólo”. Para que, como dice otra contemplativa: “sea posible
hablar el que no es con El que es”. Para que, finalmente, la vocación de
cada contemplativa sea el amor y su lugar, el corazón de la Iglesia.
El Concilio nos ha dicho la verdad
sobre la vida contemplativa y nos ha legado un documento preciosísimo
que debe ser constante inspiración para las almas contemplativas: han
adquirido un enorme compromiso con Dios, con la Iglesia y con el mundo.
Con Dios,
porque -como dice el Concilio- deben ofrecerle “un eximio sacrificio
de alabanzas”; porque deben entregarse a El en la soledad, en el
silencio, en la oración constante y en la austera penitencia. Con la Iglesia,
porque las contemplativas deben ocupar un lugar eminente en el Cuerpo
Místico de Jesucristo; porque deben enriquecer al pueblo de Dios con
frutos espléndidos de santidad; porque deben, con su ejemplo, mover al
pueblo de Dios y “lo dilatan con misteriosa fecundidad apostólica.”
fecundidad misteriosa, para los que hemos recibido el don de la vida
contemplativa.
Pero, sobre todo,
fecundidad misteriosa y -diría yo- dramática para las almas
contemplativas que realizan su apostolado oscuro y silencioso desde el
primero hasta el último día de su vida, sin saber a dónde van, sobre
quiénes operan y con qué eficacia se realiza su obra maravillosa de
apostolado.
El apostolado de
la contemplativa, desconocido de los hombres, es el misterio profundo de
la fecundidad misteriosa de la Iglesia. Y, así, las contemplativas que
realizan plenamente su vocación “son el honor de la Iglesia y hontanar de gracias celestes”. Con el mundo,
finalmente, porque ellas deben sentirse comprometidas a remediar los
grandes problemas del mundo de hoy: hambre, enfermedad, incultura,
injusticia social. Acaso dirá alguno que las contemplativas no están
obligadas a prestar su colaboración espiritual en el orden del
apostolado, al remedio de tan graves e ingentes necesidades del mundo de
hoy. Esto no puede admitirse: la contemplativa, por propio espíritu,
por su esencial consagración a Dios, por el profundo amor que debe
sentir hacia sus hermanos, late al unísono con todas las exigencias, con
todas las necesidades extremas, con las tremendas urgencias del mundo
de hoy. Ellas, como los que están palpando, cara a cara, las grandes
necesidades del mundo actual, viven también con el corazón angustiado,
pidiendo al Señor, constantemente, que remedie tantas necesidades por
las que atraviesa el mundo de nuestros días.
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JESÙS CUANDO ESTUVO OCULTO CUANDO APARECE EN LOS EVANGELIOS HASTA LOS 12 AÑOS Y DESPUÈS NO SE SABE NADA DE ÈL, ESTABA EN COMPLETA ORACIÒN VIVIENDO UNA VIDA CONTEMPLATIVA DE ESTUDIO DE ESCUCHA Y CUANDO SE LE VEIA SIEMPRE SE APARTABA PARA ORAR.. LA VIDA CONTEMPLATIVA ES UN REGALO DE DIOS
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