Beatas Hermanas Mártires de la Visitación
En
Madrid quedaron siete, visto el buen resultado que esto dio en 1931, aunque
esta vez tomaron la precaución de alquilar un piso semisótano en la cercana
calle de Manuel González Longoria, por si las cosas empeoraban, como en efecto,
sucedió. A este piso refugio tuvieron que trasladarse las siete visitandinas,
definitivamente, el 18 de julio. Tras unas semanas de relativa
"tranquilidad", fueron denunciadas por ser religiosas. Sufrieron
varios registros que culminaron con la detención el 18 de noviembre, para
llevarlas a fusilar. Ellas, al subir al coche hicieron, serenamente, la señal
de la cruz, ante el griterío del populacho que pedía su muerte. Las llevaron a
un descampado en el cruce de las calles de López de Hoyos y Velázquez, y allí,
al bajar del coche las mataron. Una de ellas, la más joven, de 26 años, de
temperamento nervioso, al sentir que caía muerta la Hermana que tenía agarrada
de la mano, echó a correr, sin que nadie la persiguiera. Poco después ella
misma se entregó a unos milicianos declarando que era religiosa. Fue fusilada
en las tapias del cementerio de Vallecas, a las afueras de Madrid, en la
madrugada del 23 de noviembre de ese año 1936.El resto de la Comunidad,
refugiada en Oronoz, no supo nada del martirio hasta varios
meses después, y las primeras noticias eran muy confusas. Nada pudo aclararse
hasta que regresaron a Madrid al terminar la guerra, en 1939.A la cripta del
Monasterio, profanada durante la guerra, se trasladaron en 1940 los restos
martiriales de cuatro de las Hermanas que habían dado su vida por Cristo y por
España. Los restos de las otras tres reposan en el Valle de los Caídos.
Afrontaron la muerte con
entereza y serenidad, preparándose a ella con la oración. No quisieron
separarse ni comprometer a nadie. Consideraron a quienes las mataban como
instrumentos del Señor y murieron perdonándolos. Ofrecieron su vida como una
suprema prueba de amor.
El martirio es un regalo que
Dios concede a quien quiere. Es verdad. Pero solo los que entregan su vida día
a día, con fidelidad, generosamente, son capaces de recibir esta gracia que les
supera, que les sobrepasa. La vida de
nuestras siete Hermanas es un testimonio vivo de la evangelización del Amor,
escrito en 1936 y rubricado con su propia sangre.
Hermana María Gabriela Hinojosa
"Afectuosa
y dotada de un carácter jovial y alegre, hacía las delicias de los suyos,
esmerándose por dar gusto en todo a sus hermanos y sobrinos... Era sumamente
fiel a los ejercicios espirituales que se había prescrito. Cuando organizaban
excursiones al campo, para no quedarse sin Misa y no hacer esperar a los demás,
se levantaba muy temprano... Todos los años acudían a Lourdes. Fue en una de
estas visitas cuando Amparo, de 15 años, oyó claramente el divino
llamamiento". Al entrar en el Monasterio, "emprendió con fervor su
formación religiosa". (M. Mª Leocadia). "Muy amante de la Orden y de
su vocación, se penetró profundamente de su espíritu, llegando a ser una regla
viva, de forma que todas las Hermanas podían acudir en sus dudas a ella, seguras
de encontrar en sus respuestas las costumbres y el espíritu de la Visitación.
"Tenía una gran devoción a la Eucaristía y se la comunicaba a los demás.
Recuerdo que tuvo gran interés en prepararnos para la primera comunión. Desde
esta ocasión nos animaba constantemente a una comunión frecuente. También nos
fomentaba la devoción a la Stma. Virgen María, regalándonos estampitas,
medallas, rosarios y oraciones marianas". En 1929 fue elegida superiora.
"Este cargo fue muy pesado para ella porque eran los años dolorosos de la
revolución y las Hermanas tuvieron que superar duras pruebas". "M. Mª Gabriela era de una enorme
delicadeza en su forma de decir las cosas, era como una madre muy buena, muy
delicada. Era de una caridad muy grande... Estaba siempre dispuesta a acogerme
con afecto maternal por ocupada que estuviese. Fue para mí una verdadera madre.
Tenía una enorme bondad, era una santa". (Hna. Mª Claudia Mendioroz).
Siendo la responsable del grupo que quedó en Madrid en 1936 "mantuvo unida
la Comunidad hasta el momento del martirio. Sostuvo el espíritu religioso de
sus Hermanas animándolas en la observancia de la vida religiosa en el
apartamento de la calle Manuel González Longoria nº 4". (RV). "En los
momentos de persecución a la Iglesia, recuerdo que se le oían palabras de
perdón para los perseguidores, rezaba por ellos y ponía la confianza en Dios de
que El lo resolvería todo». Las últimas palabras suyas que se conservan son:
"Estamos rezando, dando gracias a Dios porque nos ha llegado la
'hora'". "Toda su vida fue de alabanza a Dios por todo lo que le
había concedido". (Mª Dolores Viqueira).
"Estamos
muy tranquilas en manos de Dios,
Él hará de nosotras lo que más nos
convenga"
Hermana Teresa María Cavestany
"Laura era
de una obediencia perfecta a nuestros padres. En familia recibió una educación
esmerada que fue complementada en el colegio de las religiosas de la
Asunción".
El día de su
primera comunión, 1 de junio de 1899, "pidió a nuestro Señor no cometer
jamás un pecado venial". Sin embargo, "hubo un tiempo en que
frecuentó el mundo y éste le agradó... pero la muerte inesperada de una amiga
la impresionó profundamente y desde entonces se dio a una vida de gran fervor,
tanto que ella misma confidencialmente confesó: 'desde esa época cada día me
conozco menos'.
Algún tiempo
antes de entrar en el Monasterio, le dio un día la sagrada comunión el entonces
Obispo de Málaga, D. Manuel González, gran conocedor de las almas, y dijo de
ella: 'tiene ojos de religiosa, y de religiosa contemplativa'.
Ya en el
convento, "tuvo que luchar para entrar en el molde visitandino... Su
carácter le procuró durante toda su vida muchos combates y victorias... Durante
la ceremonia de profesión -celebrada por el Beato P. Rubio, S.I.- oyó
distintamente estas palabras de nuestro Señor: 'Yo te ayudaré'. (M. Mª
Leocadia).
"Buena
tierra... buena simiente... serios esfuerzos... frutos copiosos. Y el grano
hundido en la tierra floreció en espiga nueva... este amor la transformó en una
visitandina dulcemente enérgica y apostólicamente activa".
"En las
visitas que hacíamos a mi tía, su cara de bondad me impresionaba y la recuerdo
en su actitud cariñosa con todos. También recuerdo su deseo continuo de
superación en su vida de unión con Dios..." (Pilar Cavestany, sobrina de
la Beata).
"Tenía
gran facilidad de palabra, y en ella todo hablaba de aceptación de la Divina Voluntad,
de sacrificio e inmolación y todo en silencio y por amor, tanto en sus cartas
como en sus conversaciones".
"Era
provisora buenísima. Un alma de Dios. Tenía la mirada y todo su aspecto de
bondad, un alma que se veía de mucha unión con Dios por esa paz que tenía, muy
virtuosa, siempre buena, hasta la mirada la tenía de santa". (Hna. Mª
Claudia Mendioroz).
Se entregó,
olvidada de sí, a todos los empleos. "Llegó a obedecer no sólo a las
órdenes, sino también a los deseos de los superiores". (RV).
"Puesta a
dura prueba por varios sufrimientos... se preparó al supremo sacrificio animada
por grandes ideales, como lo prueban sus escritos".
"Mi prima
Laura me dejó asombrado y confusísimo. Nunca había encontrado ni en
confesionario ni fuera de él ningún alma tan pura, tan santa, ni de conciencia
tan límpida. Tenía las virtudes de los grandes santos para ver en su alma cosas
tan menudas que a la vista de los demás escapan y que revelaban la suma
perfección con que vivía". (P. Vargas-Zúñiga, S.I.).
"No
quiero tener más deseo que el de llegar
a asemejarme a Jesús Crucificado. ¡Viva
imagen suya!"
Hermana
Josefa María Barrera
"Única
niña junto a sus dos hermanos, fue objeto de las ternuras y mimos de su padre,
mas no de su madre, que de carácter firme y serio supo unir al cariño maternal
el contrapeso a los mimos paternos. Fue siempre de carácter dulce y tranquilo,
lo que encantaba a su nodriza que le decía: 'Carmiña, como tú no hay otra'".
"Pasó gran
parte de la infancia en Málaga donde destacó por su devoción eucarística
durante sus largos momentos de recogimiento delante del Santísimo".
"Era muy
buena y hacía muy buenas obras de caridad ayudando al Obispo D. Manuel
González, pagaba una beca perpetua en el seminario y pertenecía a la obra de
las Marías de los Sagrarios". (Soledad Barrera, sobrina de la Beata).
"...alma
humilde, ponía de relieve sus pretendidos defectos: se confesaba muy
dormilona... se reprochaba ser de joven de una devoción comodona, en vez de
haber ayudado a su madre..."
"Aunque se
sentía llamada a la vida contemplativa desde muy joven, renunció a sus deseos por
atender a sus padres".
"Emprendió
su noviciado con todo fervor... Lo que más le preocupaba era hacer bien la
oración... Otra de sus primeras manifestaciones fue decir: 'Yo lo que quiero es
ir pronto al cielo'".
"Su campo
de acción la mayor parte de su vida religiosa fue 'la oficina del amor', la
enfermería, pues aunque pasó por diversos empleos, fue aquí donde desplegó las
alas de su abnegación cariñosa pero firme..." (M. Mª Leocadia).
"Tenía
mucho corazón... estaba al tanto de todo, tenía además mucha caridad".
(Hna. Mª Claudia Mendioroz).
"Era el
encanto de todas, pues su carácter tenía una mezcla extraña de seriedad, melancolía
y alegría".
"Su piedad
profunda la llevaba a cuidar con esmero todo lo que tenía relación con nuestro
Señor, los santos o la Stma. Virgen, de la que fue su hija amantísima".
"Supo
ingeniarse de forma que nunca dejó para última hora la oración, rezo del
Oficio, lectura, etc. A veces le decíamos en broma en la recreación: 'Hna. mía,
el celo de tu casa me devora'". "En 1934 cuando se pensó en hacer una
fundación en Japón, ella declaró su disponibilidad para trasladarse a aquel
país".
"Le costó
un poco quedarse en Madrid en 1936, pero obedeció y aceptó la Voluntad de
Dios".
"Su
humildad le había hecho decir en alguna ocasión: 'Yo no tengo madera de mártir';
los hechos demostraron lo contrario", pues cuando fue detenida en agosto
de 1936 Hna. Teresa Mª para ciertas declaraciones, "Hna. Josefa Mª se
ofreció a acompañarla, sabiendo que muchos así requeridos salían para no
volver".
"Ser santa es lo
único que nos importa en la vida,
pues todo lo demás pasa y todo lo que pasa no
vale la pena"
Hermana María Inés Zudaire
Faltan noticias
sobre su infancia, pero se sabe que "en la familia se respiraba una vida
de fe. Jamás se dejó de rezar un día el rosario. Había gran devoción a la
Eucaristía y una gran confianza en Dios". Varios miembros de la familia se
consagraron a Dios en la vida religiosa, y uno de ellos, hermano de su padre,
murió también mártir. Ella decidió ingresar en el Monasterio en plena juventud.
Se recuerda la anécdota de que estando ya de camino hacia Madrid,
"aprovechó el encuentro con un padre capuchino para disponerse a su nuevo
estado con una confesión general de toda su vida, decía muy seriecita".
"Toda su vida" eran 19 años, porque "en medio de la alegría
propia de la inocencia y juventud, había un fondo de seriedad para todo lo de
Dios y de su alma". (M. Mª Leocadia Aparici).
"Como cera
virgen se dejó formar dócilmente sobre todo en la vía de la oración y de la
perfecta obediencia". (RV).
"Siempre
activa, respetuosa y servicial, mostrándose buena para todas y dominando su
carácter, trabajo interior que en ocasiones se traslucía por subir los colores
a la cara ..." (M. Mª Leocadia Aparici).
En cierta
ocasión, al cambiarle de oficio por enfermedad, lo sintió mucho, "pero,
acostumbrada a ir a Dios con todo y a sobreponerse, pronto su carita risueña
dejó ver que Nuestro Señor, agradado de su generoso sacrificio le hacía gustar
su alegría y paz habitual". "Era muy relimpia, muy cumplidora de su
deber, muy exacta en todo, muy religiosa, muy recta, de mucho espíritu, muy
bondadosa... Era una santita. Yo me admiro de ver la gracia de Dios en ella,
con lo miedosa que era, que no quisiera aceptar cuando las ofrecieron
esconderlas en un consulado." En 1936 no ocultó el miedo que tenía de
quedarse en Madrid. Al despedirse de una hermana le confesó: «Pidan mucho por
nosotras, puede ser que nos maten "¡Le daba el corazón cómo había de
morir!... y se la vio en la última temporada ganar a ojos vistas en el trabajo
de su perfección". (M. Mª Leocadia Aparici).
"La
Hermana Zudaire tuvo otra posibilidad de ponerse a salvo: como sufría de una
infección al oído hubiera podido ingresar en un hospital, pero rechazó esta
oportunidad".
"También
en este caso la fraternidad hizo posible el sacrificio total".
En el momento
de la detención estaba en cama con fiebre alta. La levantaron de malas maneras
sin que ella opusiera resistencia. Al salir a la calle hizo la señal de la cruz
como las otras Hermanas, dando testimonio valiente de su amor al Señor.
"Madre
de Dios, bajo tu amparo, dichosa y feliz siempre seré"
Hermana
María Cecilia Cendoya
"Mi madre
solía decir siempre que su hermana tenía algo distinto de las demás desde
pequeñita, que era más espiritual que ellas. Que solía evitar
habladurías". (Mª Isabel, sobrina de la Beata).
"Mari Feli
decía que antes de cumplir 20 años tenía que entrar monja, y así lo hizo. Pero
tenía el genio muy vivo y, cuando le dijo por primera vez a la madre que quería
ser monja, le dijo ella: ¿tú monja con ese genio...? Tienes que corregir ese
genio si quieres ser monja. Y decía la madre que desde entonces se cambió por
completo... Según se desprendía por las cartas y por lo que pudimos observar el
día de la profesión solemne, se la veía muy contenta de su vocación
religiosa". (Su hermana Sor Mª Jesús C.)
Testifican dos
de sus compañeras de noviciado:
"De la
Hna. Mª Cecilia Cendoya, mi connovicia, observé una especialísima devoción a la
Stma. Virgen que me llamó la atención".
"Era de
una enorme fidelidad... siempre muy fervorosa... siempre estaba cantando a la
Virgen".
"Sobre la
vida de oración recuerdo que tenía una actitud especial de recogimiento en todo
momento".
En cierta
ocasión había dicho a su familia: "¿No sabéis que vivimos en la presencia
de Dios y que Él nos ve?".
"Era muy
fiel y muy mortificada, siendo siempre ella la primera que se ofrecía a limpiar
y a lo que hiciera falta".
"Sencilla,
humilde, abnegada, servicial; era el ángel de las pequeñas prácticas... Su
corto paso por la comunidad dejó un recuerdo de edificación coronado por la
veneración debida a su muerte gloriosa"
"Tuvo
muchas oportunidades de venir a casa pero ella no quiso". "Sé que
ella se confesó religiosa y no sólo en aquella ocasión, sino siempre se confesó
como tal". (Sor Mª Jesús Cendoya).
Ante una
persona que se había portado mal con ella, no se quejó, sólo con los ojos
llenos de lágrimas, por toda respuesta dijo: "yo a esta mujer la tengo que
salvar".
"Tengo muy
grabado en la memoria lo que nos decía en la última carta que nos escribió:
'Estaos tranquilos, que nos quedamos en manos de Dios'". (Sor Mª Jesús
Cendoya).
"La
hermana Cecilia Cendoya fue ejecutada por dos veces. Tras vivir la patética
experiencia con sus Hermanas y escapar a ella milagrosamente, no ocultó en los
días siguientes su condición religiosa, lo cual le acarreó una segunda y
definitiva ejecución". (Mons. Antonio Montero). "De su juventud y de
su temperamento se sirvió el Señor para hacerla testigo excepcional del sacrificio
de sus Hermanas". "Estábamos siete religiosas en un piso aquí en
Madrid, vinieron a por nosotras, nos metieron en un coche. Mataron a todas...
Yo me bajé del coche de la mano de otra Hermana... y al notar que se caía
muerta, no sé lo que me pasó, eché a correr y no sabía lo que hacía".
"Estaos tranquilos, que nos quedamos en manos de Dios"
Hermana María Ángela Olaizola
Los Olaizola,
ricos en fe y buenas costumbres, reciben con alegría a Martina, que viene a
completar el número de ocho hermanos. "Todos ellos eran muy religiosos y
muy austeros, pero con un corazón muy grande para tratar con una gran caridad
al prójimo".
Martina fue a
la escuela rural del valle de Oñate y trabajó con los propietarios de una
farmacia, donde reveló todo su temple de paciencia, abnegación y caridad.
"Estuvo cuidando a un enfermo tuberculoso. La familia, al enterarse, la
llevaron a casa, pero la tía solamente volvió con gran pena en su corazón...
porque la habían quitado de cuidar a un enfermo en esas condiciones". (Sor
Juliana Olaizola).
"Un año
antes de entrar religiosa, quiso tomar unas lecciones de corte y confección y
como ella vivía en un caserío distanciado del centro del pueblo, se quedaba a
comer en la casa de mi madre..." (Jerónimo Lazcano, familiar de la Hna. Mª
Angela).
"Humilde,
trabajadora, servicial; ...se hizo querer de todos y, cuando oído el divino
llamamiento hubo de decirles adiós, la vieron partir con grande sentimiento,
...tuvo que sufrir al principio de su vida religiosa porque tenía completa
ignorancia del castellano... y esto era motivo de alegre recreación para sus
Hermanas, comentando sus dichos, de lo que nuestra querida Hermana reía de buen
corazón y seguía la broma haciéndolas felices". (M. Mª Leocadia Aparici).
"La Hª Mª
Ángela Olaizola era una Hermana Externa modelo. Era muy callada y concentrada,
juiciosa, de mucha caridad, muy prudente, muy trabajadora.
Se le notaba
hasta en el andar que era religiosa por lo recogida que iba siempre. Un alma de
Dios muy buena, de pocas palabras, en fin, estupenda". (Hna. Mª Claudia
Mendioroz).
"Nuestra
buena y humilde Hermana se abnegaba sin contar allí donde la colocaba la
obediencia". (M. Mª Leocadia Aparici).
Era toda de
Dios, predicaba con su sola presencia.
"En los
momentos difíciles de aquellos días finales de 1935 y primeros de 1936, en que
la persecución religiosa abundaba en Madrid, les oía hablar sin ninguna
aversión hacia los perseguidores, sino todo lo contrario, diciéndome que
rezaban mucho a Dios por ellos ... que no tenían miedo, que tenían toda su
confianza en el Corazón de Jesús". (Jerónimo Lazcano).
Tenía un gran
deseo de borrarse, de pasar inadvertida. Se conservan muy pocas cosas suyas.
Pero el testimonio de su vida y su martirio son su mensaje más elocuente.
Sus restos
reposan junto con los de las Beatas Mª Cecilia y Josefa Mª en la Basílica del
Valle de los Caídos.
"Estamos
muy contentas y comprendemos cada día mejor
que esto es lo que Dios quiere de
nosotras".
Hermana
María Engracia Lecuona
"Se
distinguió desde muy niña por su inteligencia y sentido de
responsabilidad".
"Vivaracha
y abnegada, aprendió cerca de sus padres el amor al deber y al trabajo, y sobre
todo aprendió a conocer y a servir a Dios, a amarle con todo su corazón y hacer
felices a cuantos la rodeaban". (M. Mª Leocadia Aparici).
"Una vez
que hizo la primera comunión sentía siempre un deseo de ir a la iglesia; se
distinguió de las demás por su piedad..." (Juana Lecuona, hermana de la B.
Mª Engracia).
Muy pronto fue
a trabajar con su hermana Juanita a San Sebastián. "Íbamos a misa de 6 a
la iglesia de Santa María. Ella tenía una especie de rosario y, cada vez que
cometía una falta, corría una cuenta y los sábados confesaba todas las faltas
cometidas. Tenía una corona de espinas hecha por ella y se la ponía en la
espalda sobre la que se apoyaba; de esta forma hacía penitencia mientras rezaba
... esto lo hacía por imitar a Jesús y si se le decía algo contestaba: 'Jesús
hacía más'.
Puso una
escuela en nuestro caserío para que los niños aprendieran la doctrina
católica... Tenía mucha paciencia". (Juana Lecuona).
"Hna.
María Engracia fue un precioso socorro para nosotras. Su rostro afable, su
bondad, le ganaron todos los corazones. Se multiplicaba para atender a todas
las necesidades". (M. Mª Leocadia Aparici).
"Era un
alma fervorosísima, siempre echando chispas, un alma muy espiritual, muy de
Dios". (Hna. Mª Claudia Mendioroz).
Su fervor y
alegría lo reflejaba en las cartas, donde mezclaba a menudo alguna nota de
humor.
"Estoy
siempre tan llena de alegría, que por cualquier cosa no hago más que reírme. ¿Y
cómo vamos a estar tristes si vivimos en la casa de Dios?"
"Destaca
un profundo amor hacia su vocación y un gran deseo de crecimiento
espiritual". (RV). Quería correr hacia la meta al estilo de San Pablo, y
decía:
"En medio
de mis corridas y caídas soy cada vez más feliz, pues mientras que las caídas
no son voluntarias no debemos apurarnos y cuanto mayor sea nuestra pequeñez y
fragilidad, tanto mayor debe ser nuestra confianza en Jesús que cogiéndonos de
la mano nos llevará a su gloria cuando menos pensamos".
En 1936 seguía
en esa tensión espiritual y escribía a una de sus hermanas:
«Hoy... he
formado un propósito firme de empezar a trabajar muy de veras en este negocio,
que es el más importante de todos los negocios, que es la santificación de
nuestra alma»
Deseó y esperó
el martirio con verdadera ilusión y gratitud, viendo en él una gracia del
Señor.
¡Qué
alegría! ¡Vamos a alcanzar la palma del martirio!